LA PASCUA

Ratzinger, un Papa solo y valiente

Si hoy el mundo católico no vive bajo la ferocidad pastoral de una Summa vitae promulgada como dogma, sino que avanza iluminado por la luz intensa (aunque problemática) de tres encíclicas dedicadas a los temas éticos impuestos por la vida, se lo debe a un Ratzinger teólogo que no ha rechazado jamás el diálogo ni la discusión. Y que, a diferencia de Juan Pablo II (capaz de contradecir con desenvoltura incluso lo que él mismo había afirmado el día anterior), siempre ha sabido vincular su teología a todos los momentos creativos que, desde Juan XXIII hasta nuestros días, ha concedido el Espíritu a su Iglesia.
Como cardenal, en los años en los que los vaticanistas esperaban acceder a un sistema capaz de transformar en best sellers periodísticos unas ilusiones ópticas muy toleradas y bien recompensadas -siempre que se redactasen por encargo de los miembros de corbata del Opus Dei-, Rat-zinger era objeto de poco seguimiento. Con su elección como Papa, recibió como regalo las multitudes que el Pueblo de Dios vierte a diario a su paso y que, desde hace ya cuatro años, siguen sus homilías con una atención que no deja de asombrar.
Sólo con recordar algún gran acontecimiento de la época de Wojtyla, los actos de Ratzinger pueden parecer minimalistas, desarrollados a partir de una expresividad simbólica que está relacionada con la liturgia que él celebra con gran autoridad. Su magisterio está totalmente centrado en la palabra desnuda: homilías, Ángelus, catequesis, discursos y, hasta ahora, sólo dos encíclicas. En este sereno y tenaz intento de vincular su autoridad exclusivamente a la Palabra de Dios, Benedicto XVI está volviendo a acostumbrar a los católicos a fijarse en lo esencial, no en su persona sino en Jesucristo vivo y presente en su Iglesia.
Al contrario que el wojtylianismo, con su fecunda complejidad, el ratzingerismo no admite contradicciones entre las luces del escenario y la penumbra de la trastienda, porque, como ha explicado, "el cristianismo, el catolicismo, no son un cúmulo de prohibiciones, sino una opción positiva. Y es muy importante que se vea de nuevo, porque esa conciencia, hoy, prácticamente ha desaparecido. Se ha oído tanto hablar de lo que no está permitido...".
La glosa que añade a este principio es que es en la liturgia donde encuentra los temas para expresar este y otros mensajes fundamentales de la fe. Y que de esa fuente, y esos temas, su voz "se inserta en la actualidad de hoy, en la que, ante todo, queremos buscar la colaboración de los pueblos y las vías posibles hacia la reconciliación y la paz". Para los católicos comprometidos en la política y la labor social, la señal objetiva contenida en las reflexiones de Benedicto XVI debería estar muy clara: es posible encontrar, partiendo del magisterio pontificio, una discusión seria y profunda sobre los grandes problemas teológicos e históricos de nuestra época y sobre las premisas por las que se rigen. Al observar el Cielo por encima de la Iglesia actual, el papa Ratzinger lee en él todas las palabras importantes, y casi siempre nuevas, que desde el magisterio pontificio y el episcopal nos invitan al diálogo, el trabajo, el valor, la fantasía política, la comunión social. Todas ellas, palabras que prescinden de una "cultura confesional" específica e invitan a una clara interiorización de los valores fundamentales en una sociedad civil que se convierte así en el topos, el lugar en el que el diálogo, el altruismo, la sinceridad, la asunción de responsabilidades políticas y económicas, la honradez, el auténtico espíritu de democracia y la serenidad de las relaciones sociales encarnan un precepto evangélico fundamental.
Y mientras Benedicto XVI nos entrega su "teología de la sociedad civil", en Europa entran en el seminario los primeros jóvenes llegados a la edad de la razón tras la caída del muro de Berlín. En Latinoamérica, la mitad de los obispos no recuerda los desgarros posteriores a la reunión de Medellín. En Estados Unidos y el resto del mundo anglosajón, los obispos incapaces y sin vergüenza han sido marginados y los católicos están impulsando una nueva etapa eclesial en la que a nadie le está autorizado minimizar el dolor de quienes han sufrido los pecados cometidos por los hombres de la Iglesia.
En una África (como demostró Benedicto XVI en sus discursos de Camerún y Angola) entregada por cuatro perras a las trivializaciones de los hombres del rock y las ONG, la Iglesia construye cultura y libertad. La buena noticia es ésta: esta vez, al menos, los africanos no se han dejado meter en la cabeza el preservativo de las multinacionales farmacéuticas de capital francés, alemán y belga-holandés. Prueben a localizar en un motor de búsqueda, en francés o en inglés, las palabras clave de la reciente visita papal a África, y verán que en el Continente Negro todos comprendieron el sentido político de la declaración con la que, recién llegado a Yaundé, Benedicto XVI reivindicó el derecho a la salud y, por tanto, a los cuidados gratuitos, para todos. Pongan después el nombre de Nicolas Sarkozy y verán cómo y por qué se encontró con oposición tanto en Senegal en enero como en Congo a finales de marzo. Porque, aunque uno quiera ir de laico y progresista, para comprender el mundo hace falta tener también ojos para ver y oídos para escuchar.
(El País 13-05-2009. Extracto del artículo de Filippo di Giacomo es canonista y editorialista-analista del diario La Stampa. y traducido por María Luisa Rodríguez Tapi)..

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